1969
La suerte de todas las acciones descansa en la mueca cortada con mal pulso de una madre o una furcia. A veces, todo es diametralmente opuesto y, en la mano de un anoréxico, con la palma abierta, brota una flor.
Flor de un día que hunde sus espinas en la carne palpitante
de un insecto que huye,
intentando esconderse con sus patas endebles en cualquier herida del papel. Y bajo la oscuridad retuerce sus ojitos de bebé, lactando humedad, contraído por un intenso sentimiento de que la muerte le espera fuera. La vida desata sus peores armas contra la muerte, sometiendo el pensamiento bajo el yugo del miedo. Miles de fuegos de artificio hacen fuego en espiral y los cohetes se estrellan contra los vientres de las embarazadas Dentelladas de perro sucio empañan las ventanas, sustrayendo a mordiscos los reflejos de las sombras pasajeras de la mente- gente que viaja sin nombre- . Una sonrisa a modo de aplauso pretende construir un glande megalítico, deja el trabajo a la mitad, y un esqueleto miserable se desploma cuando beso mi fotografía.
Color verdadero, fuente iridiscente como un tañido de guitarra eléctrica, allá por 1969.
No he seguido tu luz, no la he visto ni buscado. Me arropo en la influencia erógena, en los dedos del preámbulo, en su inexistencia antropófaga, donde emergen y sumergen proposiciones antedichas, contrahechas, deslizándose en vaginas de cristal, derrumbándose en cadena, aguardando con las branquias a la intemperie que una flecha negra me atraviese.
En otra calle, las nubes disparan efluvios de amor y aguardiente. No pasa absolutamente nada, salvo que las nubes disparan sus líquidos, perdiéndose entre baldosas que nadie pisa.
Un día perfecto: dar de comer a los peces, llamar a tus amigos y decirle que algún conocido ha muerto, devolverle los sesos al Espantapájaros, empujar a Dorothy al río y, en el ocaso, caminar por el desierto junto a los elefantes para averiguar donde se alojan los huesos de sus ancestros.
La visión de un rascacielos derruyéndose -o un grave accidente automovilístico- puede ser tan bella como la de Bettie Page lamiendo un helado mientras guiña un ojo hacia el objetivo, ¡sí, parece que me ha elegido! No obstante, lo ha hecho con todo el mundo; es, pues, una prostituta errática y sin posibilidad de acción. Aunque hiciera contratos del tipo Urbain Grandier nunca lograría pasar la noche con ella, entre otros motivos porque las pin up ya han muerto y Satán no tiene privilegios sobre los destinos de los hombres; simplemente no existe, y si existiera sería Leopoldo María Panero.
Raramente, los peces que cenamos vuelven a nadar en el mar.
En ocasiones sus raspas suben al cielo de los dibujos animados tocando el arpa.
Para goce de histéricos, neuróticos, neumáticos sobre neumáticos, montañas de neumáticos, ciudades de neumáticos, gente con piel de neumático oculta la tumba de Jesucristo. Así lo afirma Discovery Channel.
El sudario lo lavaba Dorian Gray en el retrato y ambos coexistían, solitarios, en la punta de una aguja;
que sostenía una bestia horrenda ,
convertida luego en gárgola, por razones insondables.
Un retrato similar fue el que utilizó Dalí para matar a su hermano gemelo a escupitajos contra su madre[1] y Edipo. Y he aquí a Edipo sin ojos, presto a comprarse un telescopio para interrogar donde no se puede, si existieran las persianas en hoteles tan baratos.
Edipo: un voyeur cosmogónico.
En declive, mueren países y personas, absurdamente, lejos de mí y no me importa; la única preocupación que me somete es que: al matar el lagarto el sol nos suspenda el suministro. Tampoco me lo tomo muy en serio porque si el holocausto no fuera inmediato, podría seguir viviendo, tapándome la boca, peinándome hacia un lado,
conversando con las momias, masturbando los fracasos
eyaculados en un vaso que se bebe otra persona,
si es que existe esa persona.
Por ahora aquí no hay nadie, nadie que piense como yo, quiero decir, pero eso no me basta, nada nunca es suficiente; su inexistencia es como un tachón que genera discusiones simultáneas,
a mi merced, conmigo, a mis espaldas, no lo sé exactamente.
Supongo que habrá escalas para toda magnitud, aunque sea errónea o intrascendente, como una borracha que se acerca con su aliento
a contarte una mentira.
[1] DALÍ, Salvador, 1929 “SAGRADO CORAZÓN”, Óleo sobre lienzo que lleva la inscripción: “Yo escupo sobre el retrato de mi madre”.
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